lunes, 17 de agosto de 2009

LOS DEMONIOS Y EL ABISMO

Lc 11. 24 - 26 (Cf. Mt 12. 43 - 45)

24Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. 25Y cuando llega, la halla barrida y adornada. 26Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero.”

Ø La parábola del regreso del espíritu inmundo

El v. 24 parece introducir un tema completamente nuevo. Sin embargo, es más probable la teoría según la cual toda la sección, más bien extensa, que comienza con v. 14 y se extiende por lo menos hasta v. 36, y en un sentido hasta el final del capítulo, forma una unidad.

En v. 16 algunas personas están pidiendo una señal; no es sino hasta v. 29 que El Señor Jesús reflexiona sobre esta petición. Además, Lc 11. 14, 15 habla de “un demonio” y “demonios” y v. 24 similarmente de “el espíritu inmundo”. Finalmente, en un paralelo casi exacto con Mt 12. 43 - 45, en cuyo contexto aparece la expresión “generación mala” tanto en v. 39 como v. 45 (cf. Lc 11. 29).

Con esto como trasfondo llegamos a la conclusión que la esencia de Lc 11. 24 - 26 en su contexto es esto: Algunas personas -fariseos, escribas y sus seguidores- han acusado al Señor Jesús de estar aliado con Satanás, aun de ser endemoniado (Mr 3. 22; cf. Jn 7. 20; 8. 48, 52; 10. 20). El Señor ahora está afirmando que estos mismos enemigos han sido “reposeídos”, y no solamente por uno sino por ocho demonios.

En lo religioso las cosas no habían estado siempre tan malas como ahora lo estaban. Había habido un tiempo cuando la nota positiva, “convertíos”, que Juan el Bautista había hecho sonar, había logrado muchos seguidores (Mt 3. 5; Lc 3. 7). Poco después la misma admonición procedente de los labios del Señor (Mt 4. 17), junto con sus otras enseñanzas muy positivas, había sido recibida con entusiasmo (Jn 3. 26). Puede haber parecido por un tiempo que un demonio había sido expulsado del Israel de ese tiempo. Pero bajo la influencia de los escribas y fariseos, hombres envidiosos, el cuadro aun ahora estaba cambiando rápidamente. En este mismo momento estos dirigentes perversos están planeando la destrucción del Señor Jesucristo (Mt 12. 14). Y por último, el pueblo judío representado por la gente frente a la cruz gritará “¡Crucifícale, crucifícale!” (Mt 27. 20 - 23; Lc 23. 21, 23). Lo harán estimulados por sus líderes (Jn 19. 6, 15, 16). Un demonio ha sido reemplazado por ocho.

Entendida bajo esta luz, la ilustración usada por El Señor Jesús es clara. Se ve que la conexión es muy estrecha.

24, 25. Ahora bien, cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, vaga por lugares áridos buscando reposo; y al no hallarlo dice: Volveré a la casa que dejé. Va y la encuentra barrida limpia y arreglada.

Surgen preguntas; por ejemplo: “¿Por qué se describe a este espíritu inmundo como vagando por ‘lugares áridos’?”

Posible respuesta: Si estamos acostumbrados a asociar a los ángeles buenos con lugares donde prevalecen el orden la hermosura y la plenitud de vida, ¿no parece natural relacionar los ángeles malos con regiones donde imperan el desorden, la desolación y la muerte?

Y, ¿qué de la casa que queda vacía (“barrida, limpia y arreglada”)?

Posible respuesta: Ese tipo de condición podría bien describir a Israel durante los días del ministerio activo de Juan el Bautista y poco después. Mucha gente parece haber tenido miedo de “el hacha ya puesta a la raíz del árbol”. Se alarmaron lo suficiente como para aceptar al bautismo, y hasta quizás estuvieron dispuestos a dejar de cometer algunos de sus pecados más groseros. Pero la innocuidad no es lo mismo que la santidad. Una casa vacía no es un hogar cálido y acogedor. Desistir de hacer el mal difiere por muchísimo de ser una bendición.

Lo que El Señor requiere es la completa devoción del corazón, de manera que rinda una espontánea acción de gracias a Dios y que por amor a Él sea una bendición al prójimo. Se requiere nada menos que esto. La higuera que produce solamente hojas es maldita aunque no produzca fruto malo (Mt 21. 19). El hombre que enterró su “talento” (Lc 19. 22, 23) fue rechazado. Los que durante la vida presente no han hecho nada en favor de los hambrientos, sedientos, etc., jamás entran en los salones de la gloria (Mt 25. 41 - 46). Cf. Stg 4. 6.

Por esta mismísima razón era inevitable una colisión entre El Señor y sus críticos. La bondad comenzó a chocar con la frialdad; la tolerancia con el exclusivismo; la generosidad (amor) con el egoísmo. Además, los escribas y los fariseos tenían sus muchos discípulos. Según lo veían sus enemigos, eso empeoraba el asunto. Entonces más lo odiaban. La situación de ellos llegó a ser la descrita en la parábola: el individuo que una vez estuvo poseído ahora vuelve a ser poseído.

26. Entonces va y trae otros siete espíritus más malos que él mismo, y ellos vienen y viven allí. Y la condición final de esa persona viene a ser peor que la anterior.

¿Parecen quizás demasiado duras estas palabras? En realidad no lo son. Revelan la verdad. Además, ¿no notamos un llamado a la conversión? Véanse pasajes en este capítulo tales como vv. 9 - 13, 20, 23, 28, 32, 41, 42, y la advertencia implícita en este mismo versículo (26 b).

Ø ¿Debemos entonces expulsar los demonios al abismo?

La Biblia, Editorial Caribe, en su comentario a la actitud de nuestro Señor de dejar que los demonios que poseían al endemoniado de Gadara pasaran a los cerdos, en su nota a pié de página de Lc 8. 33, formula la siguiente pregunta:

¿Por qué Jesús no destruyó estos demonios ni los envió al abismo? Porque el tiempo de ellos no había llegado. Jesús libera a muchas personas de la obra destructiva de la posesión demoníaca, pero aún no ha destruido a los demonios. La misma pregunta puede plantearse hoy: ¿Por qué Jesús no destruye ni detiene el pecado del mundo? El tiempo para esto aún no ha llegado. Pero llegará. El libro de Apocalipsis anuncia la victoria futura de Jesús sobre Satanás, sus demonios y toda su maldad.

Añado comentario de Guillermo Hendriksen sobre Lc 8. 31ss:

31. Y rogaban a Jesús repetidas veces que no les ordenara irse al abismo.

Aquí está amplificada la angustiada petición del v. 28 b: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes”. Véase también Mt 8. 29: “¿Has venido a torturarnos antes del tiempo señalado?” El mundo de los demonios comprende que en el día del juicio final cesará para siempre su relativa libertad de vagar por la tierra y el cielo y que en ese tiempo está determinado que comience su castigo final y más terrible. Saben que ahora están cara a cara ante Aquel a quien se ha encomendado el juicio final. Tienen miedo que ya ahora, antes del tiempo señalado, El Señor Jesús pueda lanzarlos al “abismo” o “mazmorra”, esto es, al infierno, el lugar donde está guardado Satanás. Pero si no serán echados al abismo, ¿entonces qué? La respuesta se da en los versículos

32, 33. Ahora bien, había allí una manada de muchos cerdos paciendo allí en la ladera. Entonces los demonios le rogaron que los dejara entrar en ellos; y él les dio permiso. Cuando los demonios salieron del hombre entraron en los cerdos. Y la manada se precipitó por el despeñadero al lago y se ahogó.

En el vecindario, en la ladera, estaba paciendo un hato de cerdos -unos dos mil (Mr 5. 13)-. Entonces los demonios piden permiso para entrar en los cerdos. El Señor Jesús se lo concede. No debe perderse de vista el hecho que sin este permiso, los demonios no hubieran podido cumplir sus planes. El evangelista deja impreso en la mente de los lectores el hecho que todo, aun la esfera de los demonios, está completamente bajo el control del Señor Jesucristo.

El Señor les concedió su deseo. ¿Diremos que cerdos -en conformidad con la ley (Lv 11. 7; Dt 14. 8), inmundos- eran el lugar adecuado para los espíritus inmundos? Sea como fuere, los demonios ahora sueltan el dominio opresivo que ejercían sobre el hombre y entran en los cerdos. Resultado: todos los cerdos se precipitan desordenadamente despeñadero abajo al lago y se ahogan.

Dos preguntas exigen consideración. Primero, “¿Qué justificación ética había para que El Señor permitiera que esto ocurriera con los animales?” ¿No es Ro 9. 20 la verdadera respuesta: “¿Quién eres tú oh hombre, para que alterques con Dios?” Cf. Dn 4. 35.

La misma respuesta también vale para la segunda pregunta, a saber: “¿Era correcto que El Señor Jesús privara a sus propietarios de una proporción tan elevada de sus posesiones materiales?” Sin embargo, aparte de apelar a la soberanía divina, también se debe señalar que al permitir esta pérdida, El Señor Jesús estaba realmente ayudando a estos propietarios; esto es, los estaba ayudando si ellos estaban dispuestos a aceptar de corazón la lección. Estos propietarios -y en general la gente de esta región- eran egoístas. En su escala de valores la adquisición, conservación y multiplicación de las posesiones materiales -como los cerdos- ocupaban un lugar más importante que la liberación, la restauración de la salud y la libertad de un hombre oprimido, infeliz, indeseado y del cual no se había tenido preocupación; sí, esclavizado, desdichado, odiado y abandonado. Por eso ellos necesitaban esta lección.

Prs. Luis C. Ribón V. - Georgina C. de Ribón

2 comentarios: